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Sudamérica

Un viaje por la Bolivia subtropical

Organizado por la OGD Santa Cruz, un grupo de operadores y este cronista pudieron visitar los tesoros ocultos de una de las regiones menos conocidas de Bolivia. Un recorrido por el Fuerte de Samaipata y las Misiones Jesuíticas de Chiquitos, dos enclaves ricos en misticismo, cultura, historia y belleza natural.

Del 26 de noviembre al 3 de diciembre un grupo de operadores de turismo de Argentina, Francia y España, además de este cronista de Ladevi Ediciones, recorrieron la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, Samaipata y las Misiones Jesuíticas de Chiquitos, en el marco de un fam tour organizado por la OGD Santa Cruz con el objetivo de dar a conocer las riquezas naturales y culturales del oriente boliviano.
Rica en naturaleza, historia, culturas y misticismos, la región de Santa Cruz es considerada una de las perlas menos explotadas de Bolivia, ya que poco se conoce de ella fuera del país.
El sentido común indica que al evocar a Bolivia nos representemos el altiplano, el inmenso salar de Uyuni y el lago Titicaca.
Sin embargo, la otra cara de Bolivia nos muestra su faceta subtropical, con montañas repletas de vegetación, tierra húmeda, una temperatura benévola que promedia los 26º C durante todo el día y una llanura que desestima cualquier posibilidad de apune o “mal de altura”.

El Fuerte de Samaipata: místico y cultural.
A 130 km. de Santa Cruz se encuentra Samaipata. El pueblo fue fundado en 1616 y aún conserva una tipicidad que puede sentirse al recorrer sus calles, la plaza central y los mercados dominicales, donde pueden encontrarse desde ungüentos tradicionales, frutas, verduras y carne hasta cabezas de ganado a granel.
Pero la carta fuerte de Samaipata está a unos 10 km. del valle donde descansa la urbanización. Por un camino de tierra colorada, ascendiendo hasta los 2 mil metros, se llega al Fuerte, un complejo arqueológico donde el principal atractivo es una piedra de 220 m. por 60 m. completamente tallada por los chané, la primera cultura preincaica que llegó al sitio alrededor del año 800 d.C.
Dicho de esta manera no sorprende, pero basta con visitar el lugar y recorrerlo con los apuntes de los guías expertos para saber que no se trata meramente de un punto geográfico en el mapa de Bolivia.
El Fuerte de Samaipata es uno de esos sitios mágicos donde la energía fluye con una libertad absoluta. Un polo que a través de siglos atrajo a cuatro culturas que no pudieron escapar a su magnetismo.
La historia del sitio arqueológico, declarado en 1998 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, comienza con la llegada de los chané. Este pueblo se desplazó desde América Central hasta los valles mesotérmicos de lo que hoy es Bolivia. Allí encontró la roca y la esculpió de tal forma que pudiera ser utilizada para las ceremonias religiosas. Hasta hoy pueden verse los sitios para los chamanes con jaguares a sus pies, variedades de animales, formas geométricas, canales y hornacinas, entre otras figuras y símbolos religiosos.
También se encontraron vestigios de la cultura mojocoya en el lugar, e incluso algunas hipótesis afirman que este pueblo participó del trabajo en la piedra y que también la utilizaba como centro ceremonial, en convivencia con los chané.
Este monumento constituye una de las obras precolombinas más colosales del mundo.
En este sitio, emplazado en el codo de los Andes, confluyen el ecosistema andino, el de la Amazonia y el del Chaco. Es una de las áreas más fértiles de la región y constituye un observatorio astronómico natural de condiciones excelentes.
Hacia el año 1400 los chiriguanos (guaraníes) llegaron al área y comenzaron a usar la piedra para celebrar sus ritos. Esta cultura venía expandiéndose desde el sudeste de Sudamérica y para cuando llegó al Fuerte ya dominaba el sur de Brasil, el este de Bolivia, todo Paraguay y el noreste argentino.
Obnubilados por la fuerza de la roca los guaraníes decidieron asentarse allí. Convivieron con los chané, con ciertos conflictos de choque cultural, aunque no se atrevieron a borrar ninguno de los signos que estos habían tallado en la piedra.
Hacia el año 1500 llegaron los incas, que venían imponiendo su sistema de norte a sur y de oeste a este. Sin embargo, y si bien se estima que dominaron a los chané y a los guaraníes e implantaron un gobernante en el área, éste fue su último punto de expansión hacia el sudeste del continente.
Fascinados por la piedra y su poder espiritual, los incas intervinieron las paredes laterales con nichos para sus momias y espacios de ofrendas para los dioses.
No obstante, no avanzaron hacia el espacio más sagrado de la piedra -el superior- con grandes intervenciones, sino que sólo se limitaron a levantar un altar desde donde los jefes dirigían las ceremonias.
Así y todo, los incas empezaron a construir sus viviendas y talleres en torno a la piedra sagrada. Además, para defenderse de las avanzadas de los guaraníes que se habían replegado en el monte, empezaron a levantar un muro para proteger la piedra; desde entonces el lugar empezó a conocerse como el Fuerte.
Hacia el siglo XVI los españoles llegaron al sitio y se establecieron para asegurar lo que era un punto de paso seguro de la ruta que unía a Perú con el Río de la Plata.
Tampoco los europeos en su afán de conquista se atrevieron a modificar los dibujos originales de la piedra, aunque al principio creyeron que los pobladores locales escondían en el interior del santuario oro o algún otro mineral de valor, y trabajaron con taladros sobre los laterales provocando agujeros que hasta la actualidad están a la vista de los visitantes.
Es una práctica muy común en los procesos de conquista el borrar los vestigios de la cultura subyugada y reemplazarlos por los de la hegemónica, y esto incluye acabar con los símbolos, donde radica gran parte de la fuerza cohesiva de las sociedades.
¿Por qué nadie se atrevió a eliminar los dibujos del Fuerte de Samaipata? ¿Por qué cada cultura que dominó el escenario respetó la piedra y sus signos originales y sólo intervino tímidamente en su superficie?
Son enigmas que hasta hoy no tienen explicación. Sin embargo, basta con recorrer el sitio arqueológico y dejarse interpelar por el ambiente para empezar a esbozar, aunque más no sea, conjeturas de posibles respuestas.

San Javier y Concepción: la huella de los jesuitas.
Luego de visitar el Fuerte de Samaipata, el grupo se trasladó a San Javier y Concepción, dos de los pueblos fundados por la Compañía de Jesús hacia fines del siglo XVII, donde aún perduran como tesoros de la arquitectura barroca indígena las iglesias construidas por el padre Martin Schmid con una marcada impronta de las culturas locales, los Gorgotoki, que los enviados de la Iglesia denominaron Chiquitos.
El nombre fue dado luego de que los jesuitas observaron las viviendas de los locales, grandes edificaciones redondas con una puerta de no más de 50 cm. Ahora bien, no era la altura de los pobladores lo que motivó la construcción en esa escala tan pequeña, sino las condiciones climáticas del lugar. Así, para evitar el ingreso del calor, los pobladores habían diseñado las aperturas de las viviendas marcadamente pequeñas.
En 1691, la Compañía de Jesús fundó en la región de Chiquitos la Misión San Francisco Javier y desde ese momento hasta 1767, cuando fueron expulsados por la corona española, los jesuitas se dedicaron a hacer en las reducciones de los indios Chiquitos la utopía del reino de Dios en la Tierra.
A su partida, las poblaciones civiles guardaron celosamente el legado religioso, cultural, artístico y social de la vida misional hasta la actualidad.
En esta zona los jesuitas encontraron comunidades abiertas a la evangelización y uno de los métodos más eficaces fue la música. Los españoles le enseñaron a los locales el uso de los instrumentos europeos y fue entonces que nació un género nuevo, el barroco indígena, que fusionaba sonidos locales con la música que por aquellos años estaba en apogeo en el Viejo Continente.
En la actualidad, los pobladores de los pueblos misionales son grandes devotos no sólo de la fe católica sino también de la música, que practican asiduamente.
De hecho, en Urubichá un altísimo porcentaje de los pobladores toca el violín y es común que los niños caminen por la calle ejecutando este instrumento introducido por los evangelistas.
A un lado de la plaza de San Javier, según el esquema urbano de todas las misiones chiquitanas, se conserva el conjunto misional en su integridad con la capilla mortuoria, la iglesia y el patio del colegio, donde se ubican el campanario y la casa parroquial.
La iglesia de San Javier fue construida por el padre Martin Schmid entre 1749 y 1752 e íntegramente restaurada por el arquitecto suizo Hans Roth en 1987. El frente está caracterizado por las imponentes columnas salomónicas de madera y la fachada por la decoración en forma de ostra que remata la portada y las ventanas ciegas.
Al igual que en el interior, la pintura mural adopta temas decorativos, vegetales y geométricos. Las columnas que sostienen el techo en el interior están pintadas con decoraciones entrelazadas y en forma de rombo. Sobre las paredes se disponen las pequeñas esculturas de querubines, muy comunes en las misiones chiquitanas.
Concepción fue fundada el 8 de diciembre de 1708. Su conjunto misional es el más imponente del Circuito de Chiquitos (que además comprende las localidades de San Ignacio, San Miguel, Santa Ana, San Rafael, San José y San Antonio). Fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y es denominada la joya misional, siendo sus elementos más destacados del conjunto arquitectónico la fachada constituida por el templo, el campanario y el colegio.
El complejo misional fue construido por Martin Schmid entre 1753 y 1756, y su aspecto actual se debe a la restauración de Hans Roth en 1975, que resalta el estilo barroco mestizo con una acentuada riqueza decorativa en la que se destaca el frontis con sus columnas de madera tallada.
La estructura de la iglesia es de madera, con paredes de adobe revocadas con barro y cal y pintadas con productos naturales formando diseños decorativos. En su interior sobresalen los altares restaurados con pinturas murales originales, el altar y el Vía Crucis tallados en madera, policromados y cubiertos con láminas de oro.
La Catedral de Concepción es el refugio de más de 5 mil partituras de música barroca de autores jesuitas e indígenas encontradas durante la restauración, lo que constituye la colección más grande de música barroca indígena de Sudamérica. Este hallazgo posibilita entre abril y mayo de cada año la realización del Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Americana “Misiones de Chiquitos”.

El bosque de los helechos gigantes.

A 30 km. de Samaipata se halla el Parque Nacional Amboró, un área protegida que alberga más de 850 variedades de aves y plantas y animales autóctonos. Uno de los mayores atractivos del parque es el sector denominado Bosque de los helechos gigantes, con exponentes de más de 10 especies de plantas arborescentes con la particularidad de que algunas de ellas superan los 10 m. de altura. Los helechos gigantes son fósiles vivos de eras prehistóricas que gracias a las condiciones geográficas y climáticas de la zona lograron perpetrarse a través del tiempo. Hoy pueden ser visitados en un ambiente donde reinan la calma, los sonidos de la naturaleza y el aroma de las plantas.

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