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Esos locos bajitos

Cuando viajamos hilvanamos relatos de paseos, sitios de interés, aventuras, vivencias. Y siempre se cuela alguna anécdota, divertida o no tanto, que contamos a nuestro entorno. Aquí, Maximiliano Milani, periodista de Viajando, nos compartió la suya, que sin duda es imperdible.

El año pasado planeamos cuatro días de vacaciones en familia en La Cantera Jungle Lodge, un hotel de selva cercano a las Cataratas del Iguazú. Luego de dos horas de vuelo desde Buenos Aires, mi compañera de la vida, nuestros dos hijos (Simón, de seis años; y Manuel, de tres) y yo arribamos a destino: por primera vez, los cuatro presenciaríamos el exuberante espectáculo natural de las Cataratas.

Las jornadas siguientes transcurrieron en un marco de absoluto placer, con excursiones a las Cataratas (lados argentino y brasileño) e inmersiones de largas horas en esos invasivos verdes y rojos de la selva misionera. A cada itinerario le seguían los insistentes reclamos de los niños por volver rápido a La Cantera “antes de que se haga de noche así vamos a la pile”, culminando cada jornada con momentos de relajación mezclados con diversión en familia.

Pero lo realmente bravo aconteció la última noche. Regresamos de nuestro último paseo; mientras mi compañera tomaba un baño, yo me recosté a leer un libro. Nuestros hijos jugaban en la inmensa habitación contigua a la nuestra. En mi estado de amodorramiento, escuchaba pequeños ruidos –algo así como “pssss, psssss”–, seguidos de contagiosas risitas. Hoy supongo que entre uno y otro “pssss” pasaban alrededor de cinco minutos.

Al día siguiente, a la hora de hacer el check-out, el empleado de La Cantera a cargo del front-desk me pone en conocimiento de nuestros gastos en la habitación: la friolera de $ 500 sólo en bebidas sin alcohol extraídas del frigobar. “¡Pero si habremos tomado dos gaseosas, nomás!”, intenté defenderme, y enseguida observé cómo nuestros dos enanos se tentaban de risa y tapaban sus bocas con sus manitos.

–Simón, Manu, ¿fueron ustedes?

–Sí, papi –dijo Simón, y volvió a reír.

–Pero, ¿dónde pusieron las latitas y las botellas?

–Debajo de nuestra cama…

¿Los reprendemos o los llenamos de besos? Como siempre, con mi compañera optamos por lo segundo.

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