Como todo viaje presupone, hay un capítulo dedicado a los suvenires, aquellos que vuelven en la valija o para esos placeres efímeros que quedaran en la memoria de los viajeros: el aroma de los limones de la Provenza, el sabor del queso francés o de los dátiles turcos, entre otros manjares al alcance de la mano.
Mercados callejeros de Europa
Para poder remitirnos cada tanto a estas inolvidables experiencias existen los mercados callejero. En esta oportunidad seleccionamos los imperdibles europeos para facilitar la tarea de los viajeros.
EL BAZAR DE LAS ESPECIAS EN ESTAMBUL.
Desde mediados del siglo XVII, el Bazar de las Especias o Bazar Egipcio impregna de aromas, colores y sabores las inmediaciones del estrecho del Bósforo.
Si bien es más pequeño que el famoso Gran Bazar, el de las especias se localiza justo frente al puente de Gálata. En su planta en forma de L se disponen unas 80 tiendas donde resaltan coloridas montañas de comino, menta, azafrán, pimentón y de otras especias locales, como el zataar o el sumac.
La primera sugerencia para descubrir los laberínticos pasillos del bazar es hacer un recorrido general -para ubicarse- y luego elegir algún comerciante amable, que afortunadamente abundan, dispuesto a permitirnos oler, probar y preguntar detalles. Los exóticos aromas de las esencias, los perfumes y las especias permiten comprender fácilmente el encanto hipnótico que generan estos antiquísimos mercados.
Una vez efectuadas las primeras compras, regateo mediante, como parte natural de la transacción, vale la pena detenerse a probar alguna de las variedades de dulces que en estas latitudes se destacan por su textura, sabor y forma.
El primer puesto será para los baklavas, empapados de almíbar y rebosantes de frutos secos. Por otra parte, el halvá de sésamo y pistachos, antecesor de nuestro mantecol, es otro de los imperdibles productos locales.
Finalmente, los dátiles, higos, variedades de tés, pistachos rosados y deliciosos quesos de cabra se podrán trasladar a casa, envasados al vacío, en paquetes preparados para pasar las fronteras sin problemas.
CAMPO DEI FIORI EN ROMA.
Las calles de Roma son un estímulo permanente para los sentidos: el tránsito que no se detiene, la gente que vocifera, los aromas de los cafetines y las campanadas crean una sinfonía única que se condensa en uno de los puntos de encuentro ineludibles de la capital italiana: el mercado de Campo dei Fiori.
Esta suerte de zoco romano se localiza en la plaza Campo dei Fiori y sus orígenes se remontan a mediados del siglo XV, cuando se urbanizaron los alrededores del río Parione, uno de los cauces de agua que corre entubado debajo de Roma.
La plaza está rodeada de magníficos edificios civiles y en su centro está emplazada la sórdida escultura que recuerda al filósofo, escritor y fraile dominico Giordano Bruno, acusado de herejía y quemado por la Inquisición en esta misma plaza.
Sin embargo, el lado oscuro de la historia queda en el pasado al adentrarse en los pasillos del mercado donde resaltan los brillantes colores de las sombrillas utilizadas para proteger los productos de los puestos de flores, frutas y verduras.
Es un placer recorrer los puestos del mercado (que funciona de lunes a sábado de 7 a 14) para comprar y degustar carnosos alcauciles, crujientes tomates disecados, olivas de alta calidad, flores y plantas aromáticas, sombreros, delantales de cocina estampados con el musculoso torso del David y otros singulares suvenires italianos.
En este punto vale resaltar que, a pesar de que Roma es una de las urbes más turísticas del mundo, el mercado de Campo dei Fiori sigue funcionando como abastecedor de productos frescos; por eso visitarlo significa tomar contacto con una arista autóctona, real y cotidiana del pulso romano.
MERCADO DE LA RUE MOUFFETARD.
Este bellísimo rincón parisino, que se extiende por la rue de Mouffetard desde la Place Saint Médard hasta la place de la Contrescarpe, está abierto de martes a sábado por la mañana, en la frontera entre el Barrio Latino y Saint Germain des Prés, sobre la orilla izquierda del Sena.
Una recorrida por sus puestos nos depara un viaje por los rincones más encantadores del país galo, además de la degustación y contemplación de las frambuesas y frutillas de la campiña, los ramitos de hierbas aromáticas y limones de la Provenza, las trufas de Aquitania, el característico aroma parisino del pollo ahumado, al igual que de innumerables variedades de quesos y panes de todo el país.
Un párrafo aparte merece la ceremonia, tan casual como sofisticada, de probar allí mismo un puñado de ostras. Vale la pena hacer un alto al toparse con la mesa callejera donde están exhibidas y clasificadas como verdaderas piezas de arte.
Es un espectáculo en sí mismo observar el trabajo del puestero que, con la dosis exacta de parsimonia y expertise, las toma entre sus manos y de un certero impacto las abre y se las ofrece al comprador, que las degusta al instante. Por lo general ningún paladar queda inmune a esta experiencia, tan sofisticada como salvaje, de la culinaria francesa.
EL BARRIO ATENIENSE DE MONASTIRAKI.
El barrio de Monastiraki es uno de los más característicos de la antigua Atenas, con calles estrechas, plazoletas y edificios antiquísimos. Sus arterias principales, Ermou y Adrianou, concentran el flujo de peatones que atraviesan esta zona.
El pulso comercial diario se palpita a lo largo de la calle Adrianou, que funciona como un verdadero mercado al aire libre y se extiende desde la biblioteca de Adriano hasta la estación del metro de Thisío.
En las tiendas de Adrianou se comercializan antigüedades, sedas, camisas de lino, cuero, suvenires con piedras semipreciosas, delicadas pashminas, esponjas vegetales y manjares comestibles como dátiles, higos y licor de ouzo, entre otros.
Al caer la tarde, luego de regatear precios, en el idioma que sea, sugerimos hacer una escala en alguno de los cafés de la zona, para admirar la impactante vista hacia el Ágora y la Acrópolis, que será sin duda, el recuerdo más preciado que cualquier viajero podrá atesorar.
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