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Mercado Central: aires nostálgicos y sabores de vanguardia

Para escaparse de los polos gastronómicos y sumergirse en un lugar tranquilo, el restaurante Mercado Central despliega todo su encanto en Vicente López. Por un lado, seduce con su ambientación compuesta por antigüedades, plantas y artículos gourmet que están a la venta; y también y por sobre todo, conquista por sus platos.

Reunirse en familia en torno a una mesa larga en la casa de la abuela, saborear buenos platos y perderse en anécdotas de hoy y de ayer. El restaurante Mercado Central replica ese escenario olvidado por las nuevas generaciones de restós e invita a revivir aquellos momentos en un ambiente donde prima cierto aire nostálgico que aportan las antigüedades que decoran el lugar, muchas de ellas también a la venta.
Fuera de los conglomerados gastronómicos de moda donde uno se sienta para mirar y ser visto, este lugar está ubicado en un lugar anónimo de Vicente López (Av. San Martín 898), especial para relajarse y disfrutar de la ceremonia del comer con total tranquilidad.
“No me gustan los lugares minimalistas. Yo me siento cómodo acá, que es mucho más cálido”, manifestó uno de los cuatro socios (Nicolás Lanzillotta, Mariano Gómez, Gonzalo de Dominicis y Jorge Noguera), que tienen a su cargo el restaurante, abierto hace tres años.
Mesas de madera, colores en las paredes, adornos, plantas, luces tenues, un área al aire libre donde se encuentra la barra de tragos, un lugar de exhibición de productos, son algunos de los elementos que integran Mercado Central. Un nombre muy apropiado que refleja el concepto de todo lo que atesora este rincón de Vicente López, porque además de saborear ricos platos, el comensal podrá admirar o adquirir una kokedama, miniplantas derivadas del bonsai; adornos y mobiliario antiguo –desde una araña francesa hasta una báscula Toledo de 1940–; y delicias caseras en el mercado gourmet –aceto balsámico, aceite de oliva, pan de campo, etc.–.

COCINA DIFERENTE.
Si el estilo arquitectónico del restaurante conserva las líneas de antaño, la gastronomía es definitivamente de vanguardia. Es que su chef ejecutivo, Gastón Boga Michaud, tiene esa formación otorgada por las hornallas del Celler de Can Roca, un tres estrellas Michelin ubicado en Barcelona y segundo mejor restaurante del mundo, según la guía San Pellegrino. Su currículum también incluye restós de Andorra, Uruguay y Argentina.
“Mis raíces son de la cocina francesa, por lo tanto la carta tiene algunos platos de ese origen, pero también hay mucho de Argentina, aunque siempre con una vuelta de tuerca diferente”, explicó el chef.
Así, la clásica empanada bien criolla, en Mercado Central la sirven con un espolvoreado de azúcar impalpable que le otorga un sutil toque de dulzor.
Como entradas también hay degustación de quesos y fiambres a la usanza francesa –brie, pecorino, chevrotin, reblochon–, pero también con ciervo ahumado, jamón ibérico, lomo de jabalí y spianatta. O provoleta de cabra con jalea de papaya, polvo de olivas negras y hojas de rúcula para los amantes de las combinaciones exóticas.
Como plato principal, el bien argentino matambre tiernizado, al cual el chef le puso su impronta personal con el agregado de persillade, chutney de mango y durazno, calabaza con hierbas y echalotes asados: una mezcla de sabores contrastantes perfectos.
El risoteo, otro plato del menú, que a primera vista parece tradicional, en realidad tiene radicchio rosso, aceto balsámico de Módena, queso azul y pistacho.
Hay sorrentinos de jamón crudo y queso brie con tomates asados en azúcar negra, cherrys, tomatitos secos y aceite de oliva extra virgen; salmón rosado del Pacífico en costra oriental, jengibre encurtido, sauté de verduras y salsa indostaní; chateaubriand de ciervo con emulsión de maíz, echalotes, ciruelas pasas, tomates concasé y salsa demi glace. Y mucho más.
“Intentamos que la carta incluya una carne de cada animal –mar, campo y granja–, algún hidrato y verduras”, explicó el chef, quien agregó que el menú se cambia dos o tres veces al año y que la premisa es ofrecer buena comida a precios accesibles.
Antes del postre, el restaurante sirve una delicadeza: una granita de maracuyá “para lavar el paladar”.
Para terminar, una degustación de creme brulee, de bandera francesa, donde el diferencial perfecto son los sabores y colores. Uno de dulce de leche, representando al argentino; el otro de mango, bien tropical; y el tercero de café, de alma centroamericana: la unión latinoamericana en gustos.
Si la cena/almuerzo fue más liviano, entonces la recomendación pasa por otro postre: texturas, con mousse de chocolate blanco, húmedo de chocolate con leche y malvavisco de chocolate semiamargo al 80%.
También hay savarin de peras con almendras garrapiñadas, sabayón azafranado y coulis de menta; domo de maracuyá glaçage de chocolate amargo, espuma de coco y jalea de maracuyá: o semifredo cítrico con zester de lima limón, salsa de chocolate amargo, chip de pomelo rosado y cítricos especiados, entre otros.
Completan la propuesta una carta de vinos con variedad de etiquetas, incluyendo los de corte tardío, espumantes, rosados, blancos y tintos; y tragos como el Bellini de maracuyá o el pisco sour.

Informes:
4791-7168/[email protected].

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