Ya no recuerdo bien cuándo comenzó a rodar en mi cabeza la idea de hacer algo diferente para mis vacaciones en familia. En parte por la coyuntura económica, en parte por las ganas de que mis hijos conocieran otras facetas diferentes a la que nos tenían acostumbrados las olas, el viento y el mar de las playas uruguayas, decidimos junto a mi esposa poner rumbo a dos destinos nacionales que siempre nos cobijaron, como lo hace un cálido abrazo a tiempo: Purmamarca, primero, y Tilcara después, serían nuestros dos stops en ese breve interregno del año.
El Manantial del Silencio: mixtura de cobijo, lujo y relax en Purmamarca
La espera fue larga. Habíamos adquirido los pasajes de avión con tres meses de anticipación. Todos –mi esposa, mis dos hijos pequeños (Simón, de seis años; y Manuel, de ocho), y yo– nos íbamos haciendo a la idea de unas vacaciones diferentes en Jujuy. Hasta que finalmente el día llegó y, tras haber aterrizado en la “Tacita de Plata” argentina, un transfer nos condujo a El Manantial del Silencio Hotel & Spa.
Cuando arribamos a la propiedad, nuestros ojos no daban crédito a lo que estábamos viendo. La primera impresión es que se trataba de un lugar que le hacía honor a su nombre: el silencio era amo y señor en el marco de la paz de los cerros de Purmamarca.
PUERTAS ADENTRO
La amplísima, cálida y hermosa casa de El Manantial del Silencio, siempre perfumada en sus interiores, fue el refugio de este periodista durante las tres noches de estadía junto a su familia.
El ingreso a nuestra “casita” nos dejó una sonrisa dibujada por el resto de las jornadas. Detrás de la puerta nos aguardaba un amplio living distribuido en dos plantas, con un bellísimo sofá de dos cuerpos orientado a amplias ventanas por donde discurría todo el sol posible.
Otras de las áreas que constituían una verdadera invitación al descanso eran sus habitaciones. Amplias, con camas lo suficientemente grandes como para estirarse todo lo que el cuerpo desee, envueltas con sábanas impecablemente blancas y cálidos edredones; todo esto, combinado con unas hermosas ventanas típicas de casas de campo, esas que con sólo deslizar las cortinas conducen al cerro rojizo, al verde, al cielo azul norteño.
La primera impresión es que se trataba de un lugar que le hacía honor a su nombre: el silencio era amo y señor en el marco de la paz de los cerros de Purmamarca
UN SILENCIO QUE HECHIZA
Con semejante recibimiento, nuestras vacaciones habían tenido un puntapié inicial de lujo. Horas antes, durante nuestro vuelo, imaginábamos en familia que ni bien llegáramos dejaríamos nuestros petates e iríamos corriendo a conocer el cerro de los Siete Colores. No obstante, algo nos detenía, y estaba bien que fuera así: era una mezcla de cansancio con el placer de sentirnos cobijados y hechizados por el sosiego de El Manantial del Silencio.
Con buen tino, decidimos calzarnos los trajes de baño e ir a pegarnos un chapuzón a la piscina. Tomar un baño en ese entorno es también zambullirse entre cerros rojizos, ocres y marrones; es dejar que el sol pegue fuerte sobre nuestros rostros; es entregarse a poquísimos sonidos (el de los pájaros, el del viento cuando cachetea a los gigantes de piedra). En definitiva, es continuar bebiendo silencio de ese indescriptible manantial.
El clima seco se hace sentir. Con los últimos rayos del sol, fue tiempo de abandonar la piscina y continuar nuestra holgazanería en la “casita”. Camino a ella, El Manantial del Silencio nos deparó otra sorpresa, ideal para los más pequeños: en una extensa área verde, dos llamas aceptaron mansamente las caricias de toda la familia.
UNA FUSIÓN QUE ELEVA
Tras un merecido descanso –siesta, lectura de libros pendientes, otra vez siesta y reconfortante baño de inmersión–, nuestros estómagos “pedían pista”. Escuchando atentamente los llamados del cuerpo, no dudamos ni un instante en acercarnos hasta el restaurante de El Manantial del Silencio, dirigido por el reconocido chef Sergio Latorre.
Con el firme objetivo de dejarnos sorprender por la propuesta, comenzamos nuestra experiencia culinaria con empanadas de cordero para los adultos, y tamales de llama para los más pequeños. Continuamos con suculentos platos principales: cordero de estancia a la plancha con trigo mote y hongos; costillitas de cordero de Abra Pampa en larga cocción al horno de barro; y sorrentinos de ricota de cabra, espinaca y limón. Y finalizamos con un postre de otro planeta: creme brulee perfumada con hojas de coca.
Sencillamente, cada bocado se traducía en un torbellino de sensaciones en el que se conjugaban la música, olores, sabores y colores del Norte argentino. En ese momento en que cerramos los ojos y probamos el cordero con una copa de buen tinto, ¿sonaría esa melodía de quena y cicus entre los cerros rojizos, o era solo nuestra imaginación? Vale la pena comprobarlo en carne propia.
DATOS ÚTILES
Ubicación: la propiedad está ubicada en Purmamarca (Jujuy), sobre la RN N°52, Km. 3,5.
Cantidad de habitaciones: 18 habitaciones Standard, una suite con una sala de estar, y una casa con dos habitaciones dobles y dos baños.
Servicios: recepción las 24 horas, desayuno buffet, conexión wifi, business centre, calefacción central, servicio de lavandería, restaurante abierto al mediodía y a la noche, salones para reuniones.
Informes: [email protected]
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