El tipo estaba parado ahí, justo donde estás parado vos ahora. Sí, estaba ahí y dijo: “Basta, yo me voy”. Sí, así dijo, “basta, yo me voy”. A decir verdad ésa es una expresión común en este tipo de ámbitos: más de una vez vos también habrás pensado “basta, me voy”, y sin embargo te quedaste ahí paradito las dos horas que demandaba hacer el trámite. Sin ir más lejos, ahora mismo, recién, cuando entró al banco la señora del peinetón alto que está atrás nuestro y vio la cola que había se quiso ir, se quiso tomar el palo… estuvo inquieta los primeros veinte, treinta minutos y después se relajó, se entregó a las consecuencias que tiene habitar este mundo moderno y burocrático.
Es que claro, treinta minutos de cola amansan a cualquiera y al rato ya estás pensando en cualquier otra cosa, en los tupper que están de oferta, por ejemplo, o en lo que te contó la vecina sobre el hijo del almacenero, viste, todo tipo de distracciones triviales para evadirse. “Basta, me voy” dijo el tipo, o “basta, me las tomo”, no lo recuerdo bien, pero en esencia es lo mismo ¿o no? El tipo estaba harto, pero a diferencia de todos nosotros que nos quedamos en el molde esperando a que nos llamen para ponernos un sello más en los papeles, éste se fue, se las picó, y si te he visto no me acuerdo. Estábamos charlando, así, como estamos charlando nosotros ahora, y el tipo estaba extenuado, se lo veía agobiado. José Luis creo que se llamaba, o José Alberto, no sé, no lo recuerdo, pero José era, José era seguro… o Juan, me parece que era Juan. En fin, la cuestión es que venía de Tribunales y me comentó que sobre la avenida había visto un cartel gigante que decía “Sentí Esquel todo el año”, viste. Uno tranquilamente podría conjeturar que se tratada de una más de esas publicidades que te venden la felicidad en paquete. Pero no, el tipo no era de esos blandos que le compran hasta el test de embarazo al mercachifle que se para en la esquina de Corrientes y Suipacha, no.
Este Juan era un tipo seguro, un tipo fuerte, fijate vos que era el único de la cola que siempre discutía con el gerente del banco cuando se armaban colas como ésta y veía que no habilitaban más cajas. Así de contestatario era el tipo, enfrentando la adversidad, como debe ser, viejo, no podemos ser un pueblo dormido. Perdón, me estoy yendo por las ramas. La cuestión es que cuando José Luis vio el cartel se acordó de su hija que hace como cinco años se fue a vivir al sur a vender artesanías y esas cositas, macramé, adornitos de plata y estatuillas, todas esas cositas que andan por todos los rincones de nuestra exuberante Patagonia, porque si hay un adjetivo bien puesto para el sur de Argentina es exuberante ¿o no? Claro que sí, viejo. Y recordó lo que su hija le contó de la cordillera. Y claro, vio esa fotografía gigante en la calle con la muchacha hermosa sonriendo cuando salía de Tribunales, pensó en su hija, atravesó el tránsito de Buenos Aires para entrar al banco y encontrarse con toda esta muchedumbre haciendo cola y le bajó todo, todo le bajó al pobre hombre. La cuestión es que ni bien entró yo le vi algo distinto en el semblante, una mueca mínima que lo diferenciaba, como que tramaba algo, viste, ¿robar?, ¿estás loco vos? No, otra cosa planeaba el tipo, y yo le pregunté cómo andaba, porque ya lo había visto otras veces por acá. Y se ve que me reconoció porque enseguida se puso a contarme todo, que su hija se había ido a Bariloche y a El Bolsón, viste, porque son los primeros lugares a los que va una persona ligada al negocio de las artesanías, como cuando los que hacían telas se iban a Munro a vender los cortes de moda, viste. Pero finalmente hizo rancho en Esquel. Me contó, que ahí se pasa todo el año de lo más bacán, y no por las artesanías, no solo por eso, sino por la calidad de vida, por eso de estar tranquilo, viste, tirado en una reposera al sol tomando unos mates. De mirar a los pibes divertirse por la calle, de ir a comer una de esas tortas galesas que preparan en Trevelin al atardecer, pan y manteca caseros, un buen té natural.
Igual te digo, a mí me llamó la atención que haya dicho Esquel, porque cuando a uno le preguntan sobre la Patagonia piensa en Madryn, San Martín de los Andes, Bariloche, Ushuaia, ¡El Calafate!, pero ¿Esquel? “y todo el año, eh, todo el año”, así fue que me dijo “en Esquel estás bien todo el año”. Y ahí nomás arrancó a enumerarme todas las cosas que le había contado su hija… que ahí nomás está el Parque Nacional Los Alerces, que tiene senderos para hacer caminando o a caballo, que algunos caminos eran para principiantes pero que en cuanto le tomás el gusto a los paseos te mandás a los un poco más complicados, y que al final del recorrido siempre hay alguien que te espera con un fueguito y un cafecito al lado del lago Rivadavia o el Futalauquen, ¿cómo, que es eso? Es el nombre de un lago, así como te digo, es el nombre de un lago increíble y también de una villa que hay ahí con todos los servicios necesarios para tipos como nosotros, bien de ciudad. Y no es joda, eh, no es joda todo esto que te cuento porque este tipo si hay algo que tiene es que es auténtico, no te va a engañar. Te digo más, me dijo que te podés llevar la caña para sacar un par de truchas y cocinártelas en la parrillita ahí mismo, que te dan el permiso si tenés buena fe, y está muy bien porque debe haber más de un vivo al que no le importa cuidar el medio ambiente. Y este hombre se imaginaba ahí, pescando, tomándose un blanquito con su mujer y comiéndose un quesito con algún embutido de cordero, ja, imaginate el espectáculo de lo que describía el tipo: “con mosca sabés como pican las truchas” claro, porque este tipo sabía de lo que hablaba.
Después me contó que hay un tren, La Trochita, que atraviesa comunidades mapuches y tehuelches, que su hija había tomado alguna vez en busca de una casa de artesanías impresionante, con los mejores trabajos a mano y bien americanos… ¿Te aburro? Ah, no, disculpame, pensé que pestañeabas, pasa que yo me embalo y no paro, ¡qué cosa esta cola que no avanza! Bueno, te sigo contando. Me habló mucho de un Centro de Esquí que está en una montaña que se llama La Hoya… Sí, yo pensé lo mismo, ¿qué particular el nombre, no? Enseguida se me vino esa imagen de esas señoras grandotas revolviendo la olla del guiso con una cuchara de madera. Pero no, me dijo que ahí podían esquiar todos porque no lo maneja una empresa, sino que es del Estado, ¿entendés lo que significa eso? El Estado está poniendo el mango para que la montaña siga siendo una cosa pública, como deber ser querido, como debe ser. Y además hay pistas para todos los niveles, para principiantes, medios y expertos… Sí, el tipo éste me dijo que se podía esquiar hasta en septiembre porque tiene buena calidad de nieve y el sol le pega poco. Pero no solo es para esquiar, che, parece que ahí también hay senderitos para clavarse una de esas caminatas reparadoras para cambiar el aire, y que además podés ver toda la provincia, ¡hasta China se ve! No exagero, eh, aunque capaz que me chamuyaba un poco este Juan, tenía pinta de pícaro también, viste, de esos que tienen buen sentido del humor y te meten chiste tras chiste. Y de la ciudad me contó cosas fascinantes, parece que estuvo averiguando, que ya tenía la idea, y me contó que había hoteles de todo tipo, unos cinco estrellas de lujo, hoteles paquetes y algo más familiar que te vendían con desayuno y todos los servicios básicos. Cosa interesante. Y que a la noche tenías boliches para ir a comer unas buenas pastas caseras, pescados, corderito, fiambres, quesitos, flancito casero con dulce de leche y los mejores vinos. Y es que claro viejo, si vas a dejar esta cola más vale que sea por algo grande, las mejores comidas ¿o no? Y el tipo hablaba de Esquel, nomás, decía que se rajaba con su mujer en el verano. Y ojo, porque no es que era lo único que se imaginaba, este José era un tipo que había viajado, sí, sí, no como vos o como yo que lo más al sur que conocemos es Lanús arriba del 100, no. “Basta, me voy a Esquel”, decía, ¡qué bárbaro! Che, y esta cola que no avanza, capaz que hasta las dos de la tarde no salimos, ¿qué?, ¿qué pasa?, ¿ya te vas? Pero si estás hace una hora ¿ahora te vas a ir? José Luis se llamaba, sí, o Juan Alberto, seguro que ya debe andar por allá ¡qué bárbaro! Esquel, Esquel, quién lo hubiera dicho… mandale saludos de mi parte, “el zurdo”, decile, se va a acordar, el del banco.
Temas Relacionados