Hubo un tiempo en el que era posible ver a las parejas de amantes despedirse románticamente al pie de la puerta de embarque en los aeropuertos. O se podía llegar con poco tiempo de antelación y subir corriendo al avión. Incluso era factible ingresar al maravilloso mundo de las cabinas de pilotaje de los aviones. Pero todo eso cambió, al igual que la experiencia de viajar, el 11 de septiembre de 2001, hace 20 años, cuando cuatro aviones comerciales secuestrados se utilizaron como armas.
Dos fueron impactados en el World Trade Center de Nueva York; un avión en el Pentágono, en Washington; y un cuarto avión se desplomó en las afueras de Pensilvania, dirigiéndose presuntamente al Capitolio.
Esto desató en Estados Unidos, y posteriormente en todo el mundo, una ola de nuevas medidas de seguridad a la hora de viajar en avión. Como expresó el historiador aeronáutico Pablo Potenze en su libro “Aviones, política y dinero”: “Cuando las nuevas medidas de seguridad entraron en vigencia a principios de 2002, los aeropuertos norteamericanos se convirtieron en un lugar inhóspito y agresivo, en el que los pasajeros eran maltratados habitualmente y lo normal era que los vuelos se atrasaran”.
Los cambios en la seguridad en los aeropuertos
No es necesario recordar los detalles de los ataques terroristas del 11 de septiembre. Pero sí vale refrescar la sucesión de cambios que se produjeron en los aeropuertos tras el dramático evento y que terminaron por transformar completamente la experiencia en la forma de viajar en avión.
En principio, aparecieron los escáneres y detectores de metal, a comienzos de 2002. Esto significó que toda pieza metálica que llevara el pasajero, debía ser puesta aparte en una bandeja y pasada por el escáner. De cadenas y medallitas a relojes, pasando por monedas y hasta las hebillas de los cinturones. Incluso, en un comienzo, hasta eran problemáticas las prótesis y las placas y clavos de metal, que muchos pasajeros tenían en sus cuerpos de modo permanente.
Estados Unidos federalizó la seguridad en los aeropuertos y se comenzaron a hacer controles más exhaustivos en los equipajes y en la documentación. Esto generó un notorio incremento de la presencia de agentes de seguridad, tanto privados como del nuevo organismo estadounidense nacido a raíz del 11-S: la Agencia de Seguridad en el Transporte, TSA. Se generaron también nuevos espacios físicos en los aeropuertos para los controles de seguridad.
Esto llevó a que tanto las empresas de turismo como las aerolíneas comenzarán a recomendar llegar a los aeropuertos “al menos con dos horas de antelación”. En un principio, en el resto de 2001, se pudo ver en los aeropuertos de Estados Unidos desplegados, uniformados de la Guardia Nacional. La sistematización de los nuevos controles antes de subir al avión y la implementación de los nuevos espacios en los aeropuertos redujeron posteriormente la necesidad de tanta presencia policial.
A bordo de los aviones se prohibió el acceso de los pasajeros a la cabina de pilotaje y se instalaron puertas blindadas, que solo pueden abrirse mediante un código numérico. Los cambios fueron incluso más lejos: se reemplazó toda la cubertería metálica de la Primera y la Business, en favor de cubiertos de plástico. También se extendió la nómina de productos prohibidos de transportar, especialmente todos aquellos punzantes y que pudieran ser eventualmente utilizados como armas.
Nuevos atentados, nuevas prohibiciones
Corría diciembre de 2001 cuando se produjo una nueva amenaza a la seguridad. En un vuelo de American Airlines entre París y Miami, un extraño olor a quemado alertó al personal de la aerolínea que terminó intimando a un pasajero para que se quite su calzado. Con ayuda de otros viajeros, los tripulantes redujeron al sospechoso y lograron quitarle las botas donde había una pequeña bomba escondida. Posteriormente, las autoridades confirmaron que el pasajero, Richard Reid, pertenecía a Al-Qaeda. A partir de ese episodio, se incluyó la revisión del calzado en los controles de seguridad antes de viajar. Sobre todo en los que tuvieran una suela abultada y tacos, aquellos sitios donde los expertos en seguridad indican que pueden “esconderse” pequeñas porciones de explosivo.
En 2006, fuerzas de seguridad del Reino Unido desactivaron un complot en el que 24 terroristas planeaban detonar, en diversos vuelos, “bombas líquidas”. Esto generó que se termine prohibiendo el transporte de líquidos en general y en grandes cantidades a bordo del avión.
Fue en febrero de 2016, cuando se produjo un nuevo episodio de inseguridad en el aire. Un supuesto terrorista se inmoló, haciendo detonar una pequeña bomba oculta en su laptop. Afortunadamente, aunque averiado, el avión logró aterrizar de emergencia con apenas dos pasajeros heridos y la única muerte del presunto terrorista. Posteriormente, las autoridades terminaron concretando hasta 20 arrestos más.
Desde entonces, las laptops y demás artefactos electrónicos son también escaneados antes de viajar.
En definitiva, todo lo prolijo que uno exhibe al arribar al aeropuerto antes de viajar, se va desarmando en el control de seguridad, y vuelve a componerse, al llegar a la puerta de embarque.
La tecnología aplicada a la seguridad en los viajes
La tecnología aportó a la seguridad aeroportuaria en dos conceptos centrales. Primero en la propia tecnología de escaneo, más preciso en imágenes y con la posibilidad de detectar otro tipo de materiales incluso (explosivos, por ejemplo). Se han adicionado además escáneres corporales que permiten revisar a un viajero de cuerpo entero.
Y en segundo término en todo lo relacionado con la identificación del propio pasajero antes de viajar (tanto el digital ID como la biometría). Esta información, combinada con el constante y fluido intercambio de data, en materia de seguridad entre las fuerzas de seguridad y fronterizas, tiende a facilitar la identificación positiva de los pasajeros.
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