A 2 horas y media de París en tren emerge un área salpicada por viñedos que dan vida a los mejores vinos del mundo. Allí mismo echaron raíces en tiempos medievales un racimo de pueblos en la Borgoña que deslumbran con sus rincones de ensueño y constituyen excelentes excursiones para hacer en Francia.
Francia: los pueblos de Borgoña despliegan una belleza singular rodeada de los mejores viñedos del mundo.
Tras una parada obligada en Dijon, capital de la Borgoña, con su patrimonio de la Edad Media y construcciones como el Palacio de los Duques, la Torre Philippe Le Bon, la catedral de St-Bénigne, y otros suntuosos edificios en piedra de Borgoña con sus famosos techos con tejas esmaltadas, es hora de recorrer otros pueblos de la región que sin dudas te sorprenderán.
1. Noyers-sur-Serein: un cuento medieval
Considerado uno de los pueblos más bellos de Francia, Noyers-sur-Serein cautiva con sus casas de piedra y entramados de madera que parecen detenidos en el tiempo.
Sus antiguas capillas y plazas de época invitan a recorrer sus calles empedradas mientras se respira la calma de un auténtico poblado medieval.
Cada rincón conserva la esencia de siglos de historia, ideal para quienes buscan un viaje a otra época.
Con sus casas señoriales de piedra, construcciones con entramado de madera, capillas antiguas y plazas de antaño, Noyers-sur-Serein es un poblado medieval, considerado uno de los más bellos de Francia.
Después de caminar por sus calles, hay que acercarse a la muralla que rodea el poblado y llegar hasta alguna de sus tres puertas que aún se conservan.
Durante el paseo es necesario mirar hacia arriba para descubrir las torres que se yerguen sobre el río Serein.
Por último, es habitual que en verano, una sucesión de artistas callejeros se atrinchera con su música en la calle principal y nos deleitan con piezas de Brahms, Schubert o Chopin.
2. Chablis: vino blanco y herencia monástica
Entre los viñedos que dan nombre a uno de los vinos blancos secos más reconocidos del mundo, Chablis es un destino imperdible para los amantes del enoturismo.
La visita a la casa de la Obédiencerie, un antiguo monasterio del siglo IX, revela la profunda tradición vitivinícola de la zona.
Y nada mejor que cerrar el paseo con una copa de Chablis maridada con un plato local en Au Fil du Zinc, un restaurante de prestigio en el corazón del pueblo.
3. Vézelay: arte, peregrinos y vistas únicas
Las callejuelas de Vézelay combinan casas románicas, mansiones renacentistas y edificios de los siglos XVII y XVIII.
Su gran joya es la basílica de Santa María Magdalena, de estilo románico, punto de peregrinación del Camino de Santiago.
Entre sus tesoros se cuentan la Casa del Pontot, el Ayuntamiento, la residencia del escritor Romain Rolland y el Museo Zervos, que sorprende con obras de Calder, Miró y Picasso. Un lugar donde arte y espiritualidad conviven en armonía.
4. Flavigny-sur-Ozerain: aromas de anís y tradición
En la antigua abadía benedictina de Flavigny-sur-Ozerain se elabora, según una receta centenaria, el famoso anís de Flavigny, un dulce típico que combina semillas de anís y azúcar.
El pueblo fortificado, además de su encanto medieval, ofrece otros sabores que van desde la grosella negra hasta el limón o las rosa, todo en un entorno de calles angostas y murallas históricas.
5. Tesoros románicos de Semur-en-Brionnais
En la antigua calzada romana que atraviesa Borgoña, Semur-en-Brionnais despliega un valioso patrimonio románico.
La Colegiata Saint-Hilaire, del siglo XII, es una de las últimas grandes construcciones de estilo clunisiano y anticipa detalles góticos.
El castillo Saint-Hugues, el más antiguo de la región, rinde homenaje al abad de Cluny y completa un recorrido donde la historia late en cada muro.
Imperdible también la iglesia de Saint-Martin-la-Vallée, que se tiñe de tonos rosados en los amaneceres y atardeceres, regalando una de las postales más bellas de la región.
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