EL LABERINTO DE LOS ZOCOS EN MARRAKECH.
Zocos, el alma del mundo árabe
La Medina de Marrakech parece un laberinto infinito colmado de objetos bellos y tentadores. Tajines, cerámicas, pipas de agua, antigüedades, especias y yuyos que curan cualquier dolencia. También tiendas de dulces que parecen alhajas, lámparas, animales, azulejos antiguos, recuerdos y chucherías.
La clave para recorrer estos enredados zocos consiste en no posar la mirada donde uno no desea detenerse, caminar ignorando los llamados políglotas de los vendedores y apenas parar –siempre fingiéndonos displicentes y desinteresados– frente a los comerciantes poseedores de cualquier objeto de deseo para comenzar el difícil juego del regateo. Difícil porque ellos –bereberes con 14 siglos de influencia árabe–, saben jugarlo con maestría mientras que nosotros –occidentales acostumbrados a las etiquetas con precios marcados– perdemos rápidamente la paciencia y la partida. “¡Tú, muy bereber!” fue el mejor elogio que me dedicó un vendedor local cuando, después de varios días de ejercicio, logré finalmente llevarme aquella bellísima tetera plateada por una cuarta parte del precio que me pedía en un comienzo. Me lo dijo satisfecho y orgulloso. Satisfecha y orgullosa cargué con ella como un trofeo. Ambos hicimos un buen negocio y yo gané, además, un gran recuerdo.
Agrupado por gremios, como casi todos los zocos, el mercado más grande del norte de África está integrado en realidad por diversos bazares: el de las pieles, el de las alfombras, las joyas, marroquinería, ropa, lanas, babuchas (zapatos tradicionales de cuero de colores) y cinturones, herboristerías y comidas. Unos 2.600 comerciantes de 40 corporaciones. No vale la pena tratar de orientarse en sus calles parcialmente cubiertas de cañas que intentan proteger del sol inclemente. De todas maneras en cualquier momento se puede preguntar dónde queda la plaza Jemaa el-Fna y volver al punto de partida. Mejor es perderse entre los colores y perfumes que retratan como en ningún otro lugar el alma del mundo árabe.
KHAN EL-KHALILI, EL BAZAR DE EL CAIRO.
Corría el siglo XIV, más precisamente el año 1382, cuando el emir Djaharks el-Khalili construyó un albergue para quienes llegaban en caravana a través del desierto a lo que hoy es El Cairo. Ese hospedaje, con espacio para mercaderes, cabalgaduras y mercancías, aún puede visitarse en el bazar de Khan el-Khalili, el bullicioso y agitado zoco de la capital egipcia.
Cuentan que este mercado pudo haber influido en el descubrimiento de América, ya que estuvo vinculado al monopolio de los mamelucos –grupo de origen turco que gobernaba la región– sobre las especias, que alentó a Colón a buscar una nueva ruta hacia las Indias.
Circular por este zoco requiere una buena dosis de paciencia, porque quizá es aquí donde los vendedores –de por sí muy persuasivos en cualquier país con influencia árabe– llegan al límite de lo que nosotros consideramos como invasivo. Pero con un poco de paciencia, humor y cintura, es posible curiosear por las calles y los 900 negocios del que los locales llaman simplemente “el Khan”.
Algunas de sus áreas permanecen reservadas a un tipo particular de mercadería, como oro –zona muy frecuentada por los locales–, especias o trabajos en cobre. Camellos de peluche, pequeñas pirámides de piedra, esencias, perfumes, jabones, piedras semipreciosas, pipas de agua y más souvenirs, son otras de las opciones.
Un punto de interés dentro del Khan es Midaq Alley, el “Callejón de los Milagros” del premio Nobel de Literatura Naguib Mahfouz, donde también se filmó la película inspirada en la obra. Otro imperdible es el café Fishawi, también conocido como “el bar de los espejos”, un espacio estrecho, casi un pasillo, cuyas paredes están cubiertas de espejos de todas las formas y tamaños. Afirman que este pequeño bar no cerró ni una sola vez en los últimos 200 años, y supo ser punto de encuentro de artistas e intelectuales.
UN MUNDO EN EL GRAN BAZAR.
Símbolo de la riqueza de Estambul y de su importancia como centro de comercio, el Gran Bazar es uno de los mercados más grandes y antiguos del mundo. Su historia se remonta al año 1455, cuando el sultán Mehmed II construyó cerca de su palacio el primer edificio, el Antiguo Bazar. Fue ampliado en el siglo XVI bajo el reinado de Suleimán el Magnífico y alrededor de este sitio se fueron instalando más artesanos. Los edificios se multiplicaron y, finalmente, todo el recinto fue amurallado y muchas de sus calles techadas.
Los números apenas consiguen dar una idea de su magnitud: unas 5.000 tiendas en 60 calles que ocupan 45 mil m² a las que se accede por 22 puertas; entre 300 mil y 500 mil visitantes son recibidos cada día por las 20 mil personas que trabajan en el mercado. Dos mezquitas, cuatro fuentes, dos hamam (baños turcos), bares y restaurantes completan la oferta de este pequeño mundo donde se puede encontrar, literalmente, de todo.
El recorrido del turista comenzará seguramente en una de las puertas principales y lo llevará por las calles más anchas hacia el centro, donde –como es tradicional– se encuentran los bienes más valiosos (antigüedades, trabajos en cobre, joyas de oro y plata con coral y turquesas, monedas antiguas, candelabros, trabajos en nácar). Vale la pena contemplar las bellas alfombras turcas, apreciadas a nivel mundial. Las cerámicas adornadas con los trazos típicos del arte islámico que se refinaron en las cortes otomanas son otro excelente recuerdo, con sus delicados dibujos vegetales y deslumbrantes tonos de azul.
Fuera del gran edificio el mercado sigue, con zonas en las que se venden ropas y carteras similares a las de las grandes marcas internacionales. Para los amantes de los libros, hay un predio dedicado exclusivamente a los usados. Y en las calles de los alrededores se suceden las tiendas, muchas de ellas con productos iguales y precios menores a los que se encuentran dentro del Gran Bazar.
SOUQ WAQIF, EL MERCADO VIEJO DE DOHA.
Más allá de su skyline futurista la capital de Qatar también tiene algo que ofrecer cuando se trata de hacer las compras al estilo oriental: el Souq Waqif, o Mercado Viejo.
Cuando terminan las horas de más calor, este singular zoco se llena de gente. Se trata de un lugar ideal para encontrarse, pasear, comprar algún recuerdo y detenerse en sus terrazas, bares y restaurantes a tomar algo o fumar la tradicional shisha (pipa de agua).
El Souq Waqif –levantado al lado de una vieja fortaleza que recuerda los orígenes de la ciudad, antes de que llovieran aquí los dólares del petróleo–conforma el casco antiguo de la ciudad, donde hace poco más de un siglo el comercio pasaba sobre todo por el pescado y las cabras. Sus calles y galerías, con edificaciones bajas de color arena, fueron prolijamente restauradas en 2006, por lo que pasear por allí resulta bastante amable. Más ordenado y silencioso que otros mercados de la región, el zoco Waqif despliega sin embargo su original mezcla de ofertas con encanto: en sus calles conviven establos para caballos y camellos con hoteles boutique, restaurantes de cocina local con otros internacionales que homenajean a los sabores de Francia, Malasia o India; y modernas galerías de arte con anticuarios. Los artistas callejeros y la presencia de los qataríes, que lo han adoptado como punto de encuentro, lo convierten en uno de los lugares con más ambiente de Doha, ideal para apreciar su vida social.
Las omnipresentes pashminas, alfombras, lámparas, perfumes e inciensos, además de instrumentos musicales, joyas y ropas tradicionales, pero también dátiles, chocolate y dulces por kilo, llaman la atención en el mercado de la ciudad que será sede del Mundial de Fútbol en 2022.
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