1) Crónicas de Capadocia: iglesias volcánicas
Cuando decidí dirigir mis pasos hacia Capadocia mi mente anticipaba el encuentro con un paisaje surrealista. En esta región de la Anatolia Central en Turquía, la erosión del viento y lluvias en los últimos millones de años formó improbables contornos en la lava solidificada.
Viajando a Goreme, el centro neurálgico de Capadoccia, la experiencia se ve intensificada por los milenios de civilización humana sedimentada en el paisaje. Asirios, hititas, romanos y bizantinos dejaron huellas de su esplendor y ocaso en estas tierras. Aprovechando la suavidad de la roca volcánica, los humanos del neolítico cavaron sus refugios, los primeros cristianos fundaron aquí sus monasterios y uno se encuentra con iglesias bizantinas cavadas en la lava con sus delicados altares y frescos. Por tal motivo, en 1985, Capadocia fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, con un área protegida de 9.576 ha.
Al llegar a Goreme entré en un restaurante en el que degusté un excelente plato de kebab. En esta ocasión, la carne de cordero asada era acompañada con cebolla, tomate, pimiento verdes, perejil y menta. Una receta que acompañé con un vaso de ayran, el yogurt natural diluido tan típico en la mesa de Turquía y Siria.
Mi recorrido incluyó el Goreme Open Air Museum, un parque nacional que concentra y protege iglesias rupestres de origen bizantino (siglo XI), excavadas en los conos volcánicos.
2) El Sinaí: entre corales, profetas y camellos
En el puerto jordano de Aqaba abordé un ferry hacia la península de Sinaí, en Egipto, navegando por el Mar Rojo. Todos accidentes geográficos que son harto escuchados en olvidadas clases de catecismo de la primaria. Es que esta tierra legendaria ambientó las escenas fundacionales del judaísmo, el cristianismo y el Islam.
En días cercanos a la Navidad, decidí llegar hasta Dahab, un lugar de moda gracias al boom del buceo. Si Sharm el-Sheik es un exponente del turismo masivo y de un frívolo glamour, Dahab me pareció más íntimo, manejable, humilde y pintoresco.
Se trata de un sitio mundialmente famoso por sus oportunidades para el submarinismo. Basta con alquilar un equipo de snorkel o buceo para aventurarse en el fantástico mundo que late bajo el mar.
Caminé hasta la playa, dejando atrás el prolijo boulevard con palmeras y farolas alineado con restaurantes chill out. Frente a mí el mar era un zafiro líquido casi imperturbado. En su profundidad había peces azul eléctrico con pintas amarillas, altos y planos, rayas y tortugas marinas surcando entre los corales.
Mi paso por Dahab me dejó extasiado por su contraste: salí del agua y contemplé a uno de los beduinos ofreciéndole un paseo en camello a una turista alemana. ¿Cómo puede ser que camellos y pececitos de colores puedan ser vecinos del mismo ecosistema?
Vista desde otra óptica, Dahab me pareció un sitio aggiornado y apto para la expectativa de confort de los viajeros sofisticados. Sus restaurantes costeros tienen buen servicio y una respetable carta de licuados y bebidas, que acompañan el clima seco del Sinaí.
3) Siwa: un oasis de estirpe
Viajando hacia el sur desde Marsa Matrouh, sobre el Mediterráneo, los rastros humanos se minimizan gradualmente hasta que el Sahara, que en esa zona se denomina “Desierto de Libia”, cobra toda su magnitud. Me dirijo a Siwa, una de las gemas más aisladas, desconocidas y misteriosas de Egipto, a 560 km. de El Cairo. El atlas de rutas de este país, a falta de accidentes geográficos, es todo blancura y cuadrantes organizadores de la nada. Una línea roja desafía esa nada: es la ruta que el gobierno construyó en 1984 para abreviar en cuatro horas de auto lo que solía ser una semana en camello.
Si me pidieran que describa Siwa, primero debería decir que no me imagino algo más similar a un milagro. Luego de 300 km. de un horizonte ileso, cuesta creer que ahora las palmeras lo cubran todo y que exista una devastada ciudadela medieval.
El viajero atento tiene la intuición de estar llegando a un destino místico y no se equivoca. Lo mismo debe haber sentido Alejandro Magno cuando llegó con su ejército desde su lejana Macedonia para consultar al Oráculo de Amón. Desde allí, contemplé al sol vertirse sobre los intrincados vericuetos de adobe, que conforman la antigua ciudadela llamada Shali.
Asimismo, tuve la posibilidad de alquilar una bicicleta y tomar una red de caminos de tierra. Empalizadas de caña delimitan distintas parcelas repletas de palmeras. El fondo rocoso mantiene el agua atrapada en napas y permite el florecimiento del oasis, donde se cultivan dátiles y aceitunas. Por una de esas sendas también llegué al “Baño de Cleopatra”, una terma natural burbujeante en la que, cuenta la leyenda, se relajaba la excéntrica reina.
Siwa se puede jactar abiertamente de algo: de todos los sitios del Mundo Antiguo que tenía para elegir, es aquí donde Alejandro Magno quería ser enterrado.
4) Palmira: el corazón de mármol del desierto
Desierto en árabe se dice 'sahara' y eso es lo que hay hasta donde la vista alcanza. Viejos camiones Mercedes surcan esta inmensidad cargados de petróleo y, ocasionalmente, campamentos beduinos o bases militares protegen a la vista de una caída libre hacia el horizonte, hasta que uno llega a Palmira.
Se trata del sitio que le dio sombra a los viajeros desde el tiempo en que caravanas cargadas de seda y especias provenientes de China recalaban en este oasis camino al Mediterráneo. Eran los tiempos de la mítica Ruta de la Seda. La grandeza de Palmira coincidió con su periodo de colonia romana, hoy atestiguada por 50 ha. de ruinas, templos y columnas.
Lo primero que sorprende al pasear por sus frisos y volutas son sus dimensiones. Ni siquiera en la mismísima Italia, debido a las guerras medievales y el desarrollo moderno, se encuentran complejos de ruinas tan extensos y en un contexto tan inalterado.
A la mañana siguiente caminé por la Decumanus, una columnata de 1.200 m. que se burla del paso del tiempo. Palmira está en ruinas y solicita la imaginación del viajero para volver a la vida. Hay que palpar los bajorrelieves en los capiteles de las columnas caídas y observar los detalles de uvas y vides cautivas en la piedra.
Esta ciudadela que sobrevivió hasta nuestros días es un destello lejano de un reino árabe que floreció bajo la protección del Imperio Romano. Sin embargo, es un destello que encandila, sobretodo cuando nos acercamos al bien conservado Templo de Bel, erigido en el año 32.
*Juan Pablo Villarino es autor del libro Vagabundeando en el Eje del Mal - Un viaje a dedo en Irak, Irán y Afganistán.
Datos útiles
Cómo llegar: Alitalia realiza un vuelo diario entre Roma y El Cairo. A partir de allí se debe desandar un trayecto de 9 horas en bus hasta llegar a Siwa.
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